martes, 5 de junio de 2007

cuento cantado

Siempre se habla de dos orillas que tocan un mismo mar: o une mundos diferentes, o bien separa universos semejantes. Pero entre la música y el relato, se podrían encontrar miles de armonías, consonancias y contrapuntos, además de puntos, comas y relativos qués y porqués, revelaciones y continuos arrebatos y requiebros del ritmo y la melodía. Pero qué capricho guía a la centella que atraviesa la pizarra azul de la noche estrellada en que Van Gogh dirigió con óleos y pinceles una sonatina de acordes y bajos, vientos y esperanzas de trigales y azucenas? Algo brilló en el pentagrama de la luna, alguien leyó mal los versos del papel arrugado a la vera del camino. ¿Cuál es ese yo taciturno, que no toma desayuno con Ravel ni con Vivaldi, sino que deambula entre la guitarra y el clavicordio, en busca de un acuerdo con el pan y la avena, la miel y la esperanza? Ese yo extraño y diurno, desaparece cuando canta en el agua y despierta en la pintura, ese dedo que pinta con huellas digitales la penumbra y revela una puerta abierta en la voz del cuerpo yaciente, ese yo de nadie que se escapa de las mangas de la camisa, ese eco distante de un tal vez y un de repente, no es más que alguien que también pinta atardeceres, deambula con sus hojas blancas y sus palabras de ceniza en busca de una pared donde escribir su canción, contar sus visiones y apoyar la espalda para ver pasar a otro y a otro y así sucesivamente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pquito, te leo y siento que quieres pasar al otro lado del espejo, como Alicia. O al otro lado del Atlántico donde te esperamos siempre con el mismo despiste y un poco más viejos.