martes, 19 de junio de 2007

Conden-a-dos

Fue presidente de mi país, pero sigue gobernando desde la fantasía y el imaginario de una parte de mi noble y autárquico pueblo. Desde Chile, digita palabras, define estrategias y calcula resultados a pesar de la ética, en el golpeado Perú de mis odios/amores (a dos amores)...

Sonríe a las cámaras, "tenemos paciencia", dice el monstruo, y sigue sonriendo.
Se ha comprado corbatas nuevas, una gabardina muy chula y cena y se alimenta en los mejores restaurantes de Santiago, que, para más señas, son peruanos.

Ya la gruesa ruma de expedientes llenaría una casa. Se portó mal, a pesar del apoyo de millones de ciudadanos y peatones de calles, villas y montañas. Lo que hizo bien con una mano, lo destruyó con la otra, según dijo alguien que tuvo un micrófono en su boca.

El otro gustaba de escuchar conversaciones ajenas, sobornar jueces, empresarios, militares y policías. Tenía un ejército privado y sus propios calabozos en su despacho , que, para más inri , estaba en un sótano, en el subsuelo de un cuartel militar, el "pentagonito" peruano. Hizo buenas jugadas, le salieron bien las trampas y las "asesorías", ganó varias carreras al narcotráfico y al mercado negro de almas y de armas. Se mostró como patriota y protector del presidente -en realidad, su principal rehén-. Pero una falta de amor, por no decir, una falda sin amor, le quitó de sus secretos escondrijos una muestra de su dedicada perversión: un videíto. Con diminutivo. Se lo dio a la oposición, lo dieron a la prensa que podía tener los huevos para difundirlo y develarlo -y revelarlo- y acusarlo con pruebas.

El presidente aprovechó la sorpresa y salió de su prisión moral, haciéndose pasar por juez y policía, detective y víctima. "No sabía nada", dijo, parafraseando a Sócrates, quien también aceptó que nada era lo que más sabía. Pero nadie dijo que no le creía, por miedo.
A su vez, el asesor, llamado, Doc, como si fuera la onomatopeya de un martillo sobre un clavo, dejó de crucificar la verdad y se subió a un avión, se fue de paseo, luego se escondió, después regresó, dio vueltas, arregló algunos asuntos, y entre la luna y las mansas ondas del mar del puerto del Callao, se fue al Caribe en un velero que tenía una de las más hermosas palabras del español escrito en la proa: Carisma.

Pero Carisma fue su cisma, entre él y sus planes. Así, tras ola y ola, acompañado de una servil amante y unos cuantos cancerberos, llegó a Costa Rica, y de allí, se las ingenió para entrar a Venezuela, que bien huela -la sospecha-. Antes de que se hiciese una cirugía plástica, para cambiar de rostro, fue capturado, puesto en un avión y traído a Lima con las manos atadas.

Dicen las buenas o malas lenguas, que cuando se realice el "careo" entre el Chino y el Doc, van a cobrar entrada.

(continuará)

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