miércoles, 25 de julio de 2007

Escapadas

Una leona de nueve meses abandonó su jaula del circo pirata en el que sinvivía, cansada de no quererse ni de ser querida, y deambuló por las inexplicables calles de Lima bizarra, envuelta en niebla. Pleno junio. Fue vista entre los haces de luces de los automóviles desinteresados, y el brillo cárdeno de sus ojos rompió la anomia de los transeúntes. Su larga cola, su andar cimbreante sobre un negro asfalto, cuarteado por los años, como la tierra en sequía...Era una leona.
Fue rodeada por agentes de la Policía Nacional, que no tuvieron más remedio que quitarse de la cabeza la idea de cenar aquel pollo entero que iban a sazonar y cocinar al horno, para dárselo con resignación a un felino despistado, pero hermoso, a pesar de su peligro. El cadáver del pollo sirvió de señuelo, pero la leona se planteó sus dudas. Entonces, fue bautizada en el acto, por la generosa voz de un amante de las flores : "Rosita", le dijo, "vamos Rosita, entra a la jaulita, pues"...
La dulce voz de su anfitrión animó a Rosita a dar sus primeros pasos de retorno al cautiverio. Se metió a la jaula, y cual no fue su sorpresa al descubrir que no era lo suficiente grande. Claro, era una jaula para perros...
Una vez encerrada, los agentes optaron por inmovilizarla para mantener alejado el peligro. Entonces, ¿qué hicieron? La esposaron, encadenaron sus patas delanteras a los fríos hierros de su celda portátil. Y cuando estuvo a tiro, zas, le dispararon un proyectil tocado de una dosis de droga que la adormecería e inmovilizaría por unas horas. En esas silenciosas horas de forzado sueño, nuestra Rosita reveló a sus perversos dueños: le habían arrancado las garras durante su cautiverio. Jamás las irá a tener, jamás podrá volver a donde pertenece.
Pero ya recuperada, Rosita ruge. Sonríe con colmillos largos y filudos a las cámaras.
Busca aquellas calles, recuerda aquella ciudad y se sienta a contemplar desde su rincón, las nubes grises que no volverán hasta el día siguiente, oye los pasos cercanos de las hojas, bosteza y ansía volver a comer pollo, mientras tenga tiempo.

(El hecho es real. Ocurrió en Lima. Está publicado en El Comercio, diario limeño...)